Milagros Aguirre: “El periodismo debe estar con los DDHH”
Milagros Aguirre
Quito, 1967
Periodista y escritora. Es directora de la editorial Abya Yala. Fue editora cultural en los diarios Hoy y El Comercio. Dirigió la Fundación Alejandro Labaka y fue cofundadora del Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana, MACCO. Ha publicado varios libros, entre otros: Ecuador hoy: cien miradas (2000), El secuestro de Ticán (2003), La utopía de los pumas (2006), Dayuma ¡Nunca más! (2008), La selva de papel (2010), Otra historia de violencia y desorden (2010), Una tragedia ocultada (con Ángel Cabodevilla, 2013). Milagros ha vivido los últimos 15 años entre la selva amazónica y Quito. Es columnista del diario El Comercio y colaboradora de la revista Plan V. Sus reportajes dan seguimiento a los derechos humanos de los pueblos ancestrales amazónicos y han denunciado la expoliación de la Amazonía ecuatoriana.
Formaba parte del Club de Periodismo del Colegio Americano y, como parte de su entrenamiento, fue a realizar una primera experiencia en el diario HOY. Milagros Aguirre tenía 16 años de edad y estaba en quinto curso. En la redacción del diario se enamoró del periodismo. Era el año 1984 y era un año electoral. Terminaba con no pocos sinsabores el gobierno de Oswaldo Hurtado, quien había reemplazado a Jaime Roldós, tras la trágica muerte del Presidente, su esposa y su comitiva tras el choque de su avión oficial en Loja en mayo de 1981. El programa al que asistió la joven aspirante a periodista se llamaba HOY en la educación. Estudió periodismo en la Universidad Central, y luego entró de plano al diario que la inició, durante tres años. Ahí trabajó con el “Pájaro” Febres Cordero, Francisco Borja, Diego Cornejo, Felipe Burbano de Lara, Javier Ponce… Tres años después entró a trabajar a El Comercio. Ahí permaneció doce años, como editora cultural.
Como reportera vivió en el diario la represión del gobierno de León Febres Cordero (1984-1988) en contra de los miembros de la guerrilla urbana Alfaro Vive, Carajo, AVC. Sus amigos de la adolescencia empezaron a caer o detenidos o muertos. Aparecieron en las secciones policiales de la prensa. Cajas, Cuvi, Acosta, Samaniego…
“Hay una generación que piensa el periodismo de distinta manera, y que sus historias se basan en la búsqueda de la verdad, el respeto por los derechos humanos y la democracia”

Milagros Aguirre duró muy poco en la izquierda revolucionaria. Estaba en el Comité Colegial Antioligárquico, y duró una manifestación del Primero de Mayo. La desanimó la virulencia de las disputas en la propia izquierda: los del Fadi contra los chinos (MPD), los chinos contra los del MIR… Fue absorbida por su trabajo periodístico, pero no dejó de reflexionar sobre la política y la democracia. Reflexiones que vertió en la sección dominical del diario llamada Controversia. En esta se publicaban temas de cultura política, entrevistas, ensayo, análisis. Ella se había planteado la democracia como una utopía, que garantizaba derechos en la construcción de una sociedad no autoritaria e igualitaria. Desde entonces empezó a identificar al caudillismo populista como un rasgo determinante de nuestra cultura política y a entender que esto impedía el desarrollo de la democracia y sus instituciones. Y se había preocupado de esas percepciones de que en la bonanza petrolera del general Guillermo Rodríguez Lara el país había estado mejor. Un imaginario que se sembró en la gente; en ese entonces se decía que la dictadura era mejor que la democracia. Y luego fue constatando que el ejercicio de la democracia se limitaba a ejercer el deber, que no el derecho, del voto.
Milagros cree que cuando no hay derecho a la salud, al trabajo, ni acceso a la participación política, el concepto de democracia tambalea. Y esas reflexiones las hacía desde el periodismo.
Cuando uno es más joven, dice, está convencido de que el periodismo sirve para permitir el derecho a la expresión de las personas que no tienen voz, que desde el periodismo se va a contar los problemas de la sociedad y de esa manera mejorará. A Milagros le da la impresión de que el periodismo ya no cree en eso, y es ahora un ejercicio de influencers, donde nadie sabe para quién trabaja, donde las noticias son el eco del poder y de las redes sociales. Milagros es de una generación que tuvo un compromiso en la búsqueda de la verdad y por destapar lo que la sociedad calla. Una generación que piensa el periodismo de distinta manera, y que sus historias se basan en la transparencia, el respeto por los derechos humanos y la democracia.
Al periodismo de estos 40 años le tocó las caídas de gobierno, las tomas de la plaza Grande, las rebeliones militares, las guerras, el autoritarismo, la guerrilla urbana, la quiebra bancaria, la migración ecuatoriana, los levantamientos indígenas, la criminalización de la protesta social, el destape de la corrupción… Pero siempre, dice Milagros, se reflexionaba sobre el fondo del asunto: el destino del país.
“El secuestro del Ticán” fue un giro en la vida de Milagros Aguirre. Esta es la historia del secuestro de Esteban Paz, en el 2003, hijo del político y dirigente empresarial y deportivo Rodrigo Paz. El libro fue el resultado de que esta gran historia se le pusiera delante, pero también de su agobio como editora de cultura, por su pelea constante por espacio, por las demandas de los artistas por atención en los medios. Estaba cansada. Justo cuando empezó la tendencia, impuesta por internet, a darle prioridad al titular y no a la historia.
“En la Amazonia conviven la pobreza, los derrames petroleros, los negociados empresariales, la ausencia de derechos… Qué lejos está el país político de enterarse de esto”
Esteban Paz fue el personaje que empató con esa Milagros en la búsqueda de salidas.
Mientras ella escribía el libro se encontró con el sacerdote Miguel Ángel Cabodevilla, y ocurrió la matanza de los Taromenane, el pueblo oculto de la Amazonía. Milagros vio en ello un nuevo horizonte y se fue a trabajar con la Fundación Ángel Labaka, en el Coca. Dejó el diarismo y la capital para registrar un nuevo mundo: el de la naturaleza, los pueblos ancestrales, la cultura viva y rica. Le gustaba la selva, empezó a ser ella misma y fue duro dejar sobre todo a su madre, con quien pasaba una semana al mes. Vivió diez años en el Coca, desde el 2006 al 2016. Lo que pasaba en la política en la capital era como un manto de niebla, pero también ahí pasaban cosas que desde la capital o desde Guayaquil se veían lejanas: la represión de Dayuma, la lucha por la vida de la selva, la humanidad de sus habitantes… Y el tema Yasuní, al cual se veía y se sigue viendo como un paraíso que no existe. Ella tomaba nota del conflicto entre los ambientalistas y el gobierno y produjo otro libro llamado “La selva de papel” (2010), una historia de cómo se tomaban decisiones políticas, desde la capital, sobre un imaginario que obviaba la vida de los seres humanos de la zona. Era muy fácil decir desde Quito no a las petroleras, pero el 80% de la población de la zona vive de eso. Y la invasión de las gabarras, las tuberías y de los helicópteros que no se sentía en la Plaza Grande, pero sí en los grandes ríos amazónicos. La pobreza, los derrames petroleros, los negociados empresariales, los mineros, los madereros, la ausencia de derechos de los trabajadores y jornaleros…Qué lejos está el país político de enterarse de esto, pensaba.
Con Miguel Ángel publicó un nuevo libro, fruto de esa experiencia con los pueblos no contactados: “La tragedia ocultada” (2013). Un ensayo que denunció la muerte y los asesinatos de los pueblos ancestrales, y la desidia y complicidad de las autoridades, y que fue censurado por el Gobierno, pero que gracias a las fuerzas democráticas pudo circular.
Para Milagros la selva era el lugar de los apetitos más voraces.
En el 2016 volvió a Quito, a dirigir la editorial Abya Yala. Vivió junto a su madre los últimos momentos.
Con toda su experiencia, ella ve un deterioro de los valores democráticos en el Ecuador. Muchos jóvenes que se dicen apolíticos porque miran la política como un ejercicio mafioso. Tampoco los presidentes han sido los “más ilustres”, pero incluso con Febres Cordero, uno podía saber a qué se enfrentaba. La línea que separaba posturas permitía distinguir las opciones, ahora no, es mucho más oscuro y, por tanto, más preocupante. Y esa oscuridad es producto, precisamente, de no saber cuánto las mafias han penetrado la política. La política nacional es la extrapolación de los cacicazgos de pueblo. Hay un populismo exacerbado y eso se muestra en la enorme dispersión y atomización de la política y, por tanto, ya es muy difícil entender el ejercicio democrático.