Jacqueline Verdesoto: “Falta una incorporación digna de las personas con discapacidad”
Jacqueline Verdesoto
Quito, 1966
Desde su adolescencia, la quiteña Jacqueline Verdesoto se ha dedicado al activismo en organizaciones no gubernamentales y en varios movimientos. Ha actuado de manera especial en temas como la promoción de una cultura de paz, la desactivación de la violencia y, también, la defensa de los derechos de las personas con discapacidad, así como con grupos de mujeres y grupos GLBTI. Desde pequeña tiene una discapacidad física que no le ha impedido realizarse como madre y profesional. Actualmente forma parte del Movimiento Humanista, en donde ha militado por 30 años, y de la Corporación de Desarrollo Humano. En los últimos 15 años se ha focalizado en proyectos comunitarios.
La lucha contra la violencia y la promoción de la paz es uno de los ejes del activismo de Jacqueline Verdesoto. Cuando estaba en plena adolescencia, se retomó el orden constitucional con la presidencia de Jaime Roldós Aguilera. Esta mujer con discapacidad ha participado, desde hace por lo menos 30 años, en diversos proyectos de activismo en organizaciones no gubernamentales y es reconocida como una de las figuras más destacadas en temas como diversidad, discapacidad y cultura de paz.
“Recuerdo que en mi casa mi padre, quien era un hombre de izquierda, confiaba en las aspiraciones de cambio y honestidad que promovió Jaime Roldós”, dice Verdesoto, quien recuerda el clima de su adolescencia: una sociedad habituada al castigo y a las restricciones que habían impuesto los gobiernos militares de antes de los 80.
Sus primeros recuerdos políticos tienen relación con la aspiraciones sobre la democracia: “se creía que no habrían personas capaces de orientar al país y la democracia nos demostró que era positiva para expresar nuestra libertad”. Verdesoto recuerda que su padre comentaba el optimismo de los primeros años frente a la nueva etapa democrática.
La figura de su padre también fue determinante en el discurso de la reivindicación de los derechos, sobre todo, en su caso, como persona con discapacidad. Esta lucha por los derechos y la visibilidad, que se inicia en el Ecuador al volver a la democracia, es otra característica de la nueva sociedad en la que creció Verdesoto. “Mi madre tenía la posibilidad de llevarme a otros espacios de atención médica”, cosa que se produjo, sobre todo, porque la democracia también inauguró nuevos valores y perspectivas.
“Con la democracia se inició el camino para la participación y el reconocimiento de la diversidad. En un principio de manera incipiente. Con la democracia se empezó a mirar a los grupos vulnerables que tenían sus propios requerimientos”.
“No hemos tenido la suficiente visión para dar respuestas de desarrollo concretas. Solo hemos dado soluciones paliativas y no respuestas estructurales”

Lo peor de estos cuarenta años, recuerda la activista, ha sido la tendencia a creer que la política es un mecanismo solo para enriquecerse y que no se haya podido consolidar una organización social fuerte desde la sociedad civil. Muchas organizaciones sociales no han logrado tener una suficiente incidencia en la política pública, mientras muchos sectores se han empobrecido. “No hemos tenido la suficiente visión para dar respuestas de desarrollo concretas. Solo hemos dado soluciones paliativas y no respuestas estructurales”, rememora.
Pero el centenario conflicto con el Perú, que se despertaba de década en década, llamó nuevamente la atención de la población con los combates entre el Ejército ecuatoriano y las tropas peruanas en el paraje amazónico de Paquisha. Los combates se repitieron en otra zona en 1995, en la llamada Guerra del Cenepa.
Para entonces Verdesoto empezó a militar en el Movimiento Humanista, que debió enfrentar la represión en tiempos de León Febres Cordero. Inició su activismo en colaboración con organizaciones como Esquel, mientras el clima social era propicio para la organización social y sobre todo de los jóvenes. De esa época recuerda la campaña De joven a joven, y la consigna del Gobierno de “Ni un paso atrás”. Entonces realizó activismo en los barrios, con grupos juveniles, en donde hizo trabajo de concienciación y empoderamiento de los jóvenes en esos sectores.
Para 1998, el Movimiento Humanista del que forma parte Verdesoto apoyó la firma de la paz con el Perú, que significó el fin del centenario conflicto con el país vecino.
“Para mi la firma de la paz fue la mejor decisión”, recuerda la activista. Y tras el fin del conflicto territorial, empezaron diez años de crisis social y política. La corrupción, la falta de organización y de respuestas sociales, así como de planificación estructural del Estado dominan los recuerdos de Verdesoto en esa época. “Recuerdo del gobierno de Bucaram una época de locura y corrupción”, que abría la puerta hacia la dolarización y la caída de Jamil Mahuad.
“La dolarización empobreció a quienes ya eran pobres. Muchos se quedaron sin mínimos recursos”, asegura Verdesoto, al recordar la época en que Ecuador perdió su moneda. “A mi madre se le licuaron sus ahorros de toda la vida y su jubilación, lo que nos afectó como a todos. Los ahorros de la vida de mi madre desaparecieron, aunque esto no impactó en el día a día de nuestra familia, si lo hizo en aspiraciones a futuro y de construir un patrimonio”, dice la activista sobre el impacto del cambio de moneda en el año 2000.
“Correa solo acabó con la fe de que el cambio es posible. Ese es el mayor daño que le hizo a la democracia y al país”
“El impacto social fue devastador”, recuerda, sobre las pérdidas que produjo la quiebra bancaria. Y tras la debacle económica y política, el país cayó en la crisis de los partidos y la emergencia de un partido único. “El Gobierno nunca ha estado enfocado en el servicio a los ciudadanos, pues no estamos formados para servir”, dice la activista.
Los diez años del correísmo solo agudizaron esa tendencia, cree Verdesoto, sobre todo por la falta de ejercicio político de los ciudadanos. “Los ciudadanos solo consumen lo que les presentan, no hemos tenido capacidad de formar ciudadanos críticos que puedan tomar decisiones sobre acciones concretas de los mandatarios”, y esa es la causa de la conquista del poder por Rafael Correa y su entorno.

“Correa solo acabó con la fe de que el cambio es posible. Ese es el mayor daño que le hizo a la democracia y al país”, estima, pues su ejercicio del poder deslegitimó la posibilidad de un cambio de izquierda. “No sé si la gente pueda volver a creer en la organización y la participación”, mientras su ejercicio totalitario del poder le hizo recordar la época del miedo de León Febres Cordero. “Acabaron con espacios y organizaciones sociales”, lamenta.
Pero estas cuatro décadas han sido del empoderamiento de las mujeres, celebra. Así también, ha aumentado la visibilidad de las personas con discapacidad. “Aún faltan respuestas estructurales más allá de entregar colchones y sillas de ruedas”, pero en estas cuatro décadas las personas con discapacidad han tenido un nuevo escenario.
Para la activista, Lenin Moreno, el único presidente con discapacidad en el mundo “pudo haber hecho un mejor trabajo”, pero su discapacidad tiene que ver con falta de movilidad producida por un accidente y eso, en su opinión, le impide entender que el fenómeno es mucho más amplio: falta de oportunidades económicas y sociales para miles de personas que, además de eso, están en situación de discapacidad.
Moreno, recuerda, es una persona que no tiene problemas económicos y de ahí que los planes de su gobierno al respecto han tenido relación con la entrega de dádivas más que con la generación de oportunidades.
“Falta una incorporación efectiva y digna de las personas con discapacidad”, finaliza Verdesoto, quien aboga por nuevas herramientas para que las personas de los grupos vulnerables puedan ejercer sus derechos.
“La sociedad empieza a comprender que todas las personas tenemos derechos, y en estos cuarenta años se ha entendido mejor la diversidad en general”. Para Verdesoto, hay grupos excluidos durante mucho tiempo que ahora empiezan a tener las condiciones para salir.