Iván Lucero: “Desde 1979, siento que en la política hay ambiciones”
Iván Lucero
Jipijapa, 1965
Es sacerdote jesuita, formado en teología e historia en Cambridge, Estados Unidos. Durante doce años fue párroco de la Parroquia La Dolorosa, ubicada al norte de Quito y ahora dirige el Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit de la Compañía de Jesús en Cotocollao. Cómo párroco y catedrático, ha seguido de cerca las circunstancias políticas del país. También es director de la Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica y delegado del Sector Cultural de la Compañía de Jesús. Durante varios años, fue profesor de secundaria en el Colegio San Gabriel de Quito, que regentan los jesuitas. Afirma tener una excelente memoria.
El padre Iván Lucero tiene tan buena memoria, asegura, que recuerda con absoluta precisión cómo era su vida en su natal Jipijapa, cuando tenía cuatro años. De hecho, su primer recuerdo político es haber visto al presidente José María Velasco Ibarra dando un discurso mientras visitaba Jipijapa, probablemente en 1969.
Su padre es abogado y él en 1988, a los 23 años, decidió ingresar a la Compañía de Jesús. Estudió en el noviciado jesuita, en la Universidad Católica y luego en universidades de Estados Unidos y España. Mientras hacía sus estudios en el extranjero, el sacerdote se mantenía conectado con el Ecuador y sus circunstancias.
“Hay escapismo, cobardía de las élites, de esos políticos que se han hecho élites y viceversa, que solo buscan su comodidad y no el progreso del país”

Tenía 14 años cuando el país volvió a la democracia en 1979. En Jipijapa, habían manifestaciones contra el triunvirato militar que tras varios años en el poder dio paso a la restauración de la República. Pero la más viva impresión que el joven manabita obtuvo en ese momento fue de sorpresa: “mi primera percepción es que la política en nuestro país no era un ejercicio sano y honesto”. Y la impresión vino de que, tan pronto asumió el poder Jaime Roldós, fuera un pariente suyo, Assad Bucaram, quien se proclamara el primer opositor del régimen.
“Sentí desde el principio ambiciones, deshonestidad, egoísmo y falta de compromiso con el país”, asegura.
Mientras la política ecuatoriana intentaba retomar su cauce, las llamadas guerras con el Perú, en especial, la de 1981, provocaban manifestaciones patrióticas. En ese año, Lucero estaba en Jipijapa. Creció, como muchos ecuatorianos, con un mito unificador: el del enemigo del sur que había robado el territorio nacional. “Cuando era niño, vi a un hombre al que perseguían en un pueblo de la Costa, acusándolo de peruano”, dice. El conflicto con el Perú era un elemento unificador. Con la paz de Brasilia, en 1998, sólo ha quedado el fútbol.

“En Manabí se decía: Chile el hermano mayor, Perú el enemigo común”, dice, al recordar cómo el centenario conflicto con Perú era una suerte de amalgama de la nacionalidad. La paz y su ejecución, son temas que aún no sido suficientemente estudiadas, considera.
Pero si la “herida abierta” se cerró en 1998, en 1999 una nueva tormenta se abatió sobre el país, con la quiebra del sistema bancario nacional. Lucero estaba estudiando en Boston, y ahí escuchó a Jamil Mahuad, quien había ido con su canciller, Benjamín Ortiz, a hablar sobre la famosa metáfora del “Titanic”, la poco feliz analogía con la que el ex presidente anticipaba la catástrofe económica que se cernía sobre el Ecuador. Para entonces, aún no se producía la masiva migración ecuatoriana, y el sacerdote pudo ir a estudiar en Europa sin visa.
En el año 2000 todo cambió. De vuelta en el Ecuador, Lucero fue testigo de la ola migratoria ecuatoriana. “De mi pueblo de Manabí salieron miles de personas”, dice. Muchos manabitas, recuerda, hicieron valer ancestros italianos para regularizarse en Europa. Y ese fenómeno le llama de manera especial la atención, sobre todo, porque muchas familias quedaron fracturadas, porque padres y madres se fueron y jóvenes se quedaron con sus abuelos. “Vivimos las consecuencias de generaciones que se quedaron huérfanas”, estima el religioso.
Aunque el balance de la dolarización fue positivo, el prelado tiene una gran duda sobre la pérdida de la moneda nacional: “¿Por qué no pudimos manejar honestamente nuestras finanzas y conservar nuestra moneda?” Se pregunta. El problema de la crisis, estima, tuvo mucho que ver con criterios morales que no se aplicaron de manera correcta.
Iván Lucero estaba en España cuando se produjo el derrocamiento de Lucio Gutiérrez. Era la tercera caída que se producía en el Ecuador desde 1995. Ese día, estando en Burgos, un jesuita español le espetó: “Qué pasa con tu país, es un vergüenza que boten presidentes a cada rato”. Lucero se indignó, dice, ante el comentario de su colega, y tuvo que recordarle a viva voz la guerra civil española y los turbulentos años previos a ese conflicto. “Le pregunté qué país había sido más violento y más fratricida, si Ecuador o España, y no me pudo responder”, dice, recordando el suceso en la actualidad, sin poder evitar recordar que ese periodo de caos político no dejaba de producir una cierta vergüenza.
Tras la tormenta política previa, tuvo lugar la toma del poder por el correísmo. Historiador como es, Lucero cree que en el país aún falta un libro que analice con seriedad los diez años del régimen de Rafael Correa. “Es un libro que ya debió ser escrito”, al igual que el del 30S. De ese trágico día, cuyos hechos sucedieron a pocas cuadras de su parroquia, el sacerdote recuerda que logró entrar a la morgue del Hospital de la Policía, donde vio el cadáver de uno de los caídos en el rescate del presidente, cubierto con la bandera patria. Ante los restos del joven, Lucero oró.
La explicación del correato, para el cura, es la cultura política de un país aficionado al caudillismo, como se ve inclusive en las provincias del interior como Manabí. El correísmo fue una época de miedo, recuerda el sacerdote, quien fue detenido y amonestado por haber pedido un voto consciente en el referendo sobre la Constitución de Montecristi. “No podemos seguir en el raquitismo político”.

Pero en los últimos 40 años también se han producido cambios en el ámbito de lo religioso. Lucero admite el aumento de la penetración del protestantismo, así como destaca que muchos jóvenes están simplemente cayendo en la indiferencia, producto de la secularización.
“El mundo ha cambiado. A las personas la experiencia religiosa les importa menos que antes”. Para Lucero, en estos cuarenta años la Iglesia católica del Ecuador ha dado muestras de estabilidad, y se ha pronunciado institucionalmente en los más momentos más difíciles. “Pero nos ha faltado mayor sintonía y cercanía con la gente, admite, mayor contacto con la realidad”. Destaca, sin embargo, la movilización de los católicos para atender el terremoto de Manabí, aunque, también, es crítico: “ a la Iglesia le ha faltado mayor coraje y valentía”.
Lucero reclama también “un mayor compromiso de las élites con la realidad del país”, sobre todo, de aquellos que se declaran católicos y han sido educados en instituciones de la Iglesia. “Hay escapismo, cobardía de las élites, de esos políticos que se han hecho élites y viceversa, que solo buscan su comodidad y no el progreso del país”.
“Nos han faltado más voces proféticas, como la de monseñor Leonidas Proaño o la del cardenal Pablo Muñoz Vega, porque creo que no hemos proclamado lo suficiente las glorias de la Iglesia”.
Pero no todo ha sido malo: “en estos 40 años el Ecuador ha tenido cierto grado de libertad, el país se ha desarrollado, éramos un país muy atrasado. La gente ha tenido el espacio para hablar y protestar. Lo negativo, sin embargo, ha sido nuestro empobrecimiento familiar, nuestra falta de memoria, que somos un país que no le gusta leer ni aprovechar sus oportunidades. Es como decimos los cristianos: Dios te puede quitar todo menos tu libertad y su amor”.