Diego Molina: “La democracia es trabajar y trabajar”
Diego Molina
Pasaje, 1964
Es el sexto de siete hermanos y hermanas, y dirige una de las empresas productoras de plátano más importantes y grandes del Ecuador. Por la calidad de su fruta, es el proveedor de la más grande cadena de supermercados del Ecuador, con un producto superior al de exportación. Hijo de agricultores, siguió la vocación y los pasos de sus padres, junto a su hermano Édgar. Ha innovado en el mercado interno y externo, con técnicas que le han permitido mejorar la calidad de la fruta, madurar el producto de una manera óptima, reinventar el sistema de siembra en El Carmen, Manabí, donde produce 250 hectáreas de maqueño y barraganete, mejorar su capacidad de riego y sostener una actividad que la califica injusta y con la cual el país ha sido poco grato.
La herencia de su padre para él y sus seis hermanos y hermanas fue de 23 hectáreas de una plantación de plátano barraganete en El Carmen, Manabí. Treinta años después, esa herencia se multiplicó y entre todos trabajan en unas 300 hectáreas, de una de las plantaciones más grandes del país. Diego Molina menciona, con orgullo, que la cédula de su padre constaba que su profesión era “jornalero”. Ahora, Diego es el principal proveedor de la cadena Supermaxi en todo el Ecuador. El 80% del plátano maqueño y barraganete que consume el país a través de esa cadena lo provee su empresa, bajo la marca Guaynero, que era el apodo de su padre, Vicente Molina. Lo menciona también porque él ha basado ese crecimiento en la innovación. Para poder ser proveedor de la cadena de supermercados debió cumplir con estrictos parámetros, más aún que para la exportación. Y, aunque hasta el 2009 era el segundo mayor exportador de barraganete del país a Estados Unidos el entendió que el Ecuador, como el principal exportador de plátano y banano del mundo, también tenía el derecho de consumir el mejor plátano de la más alta calidad. Para ello hizo experimentos y estudió el mercado ecuatoriano. ¿Para qué compraba la gente plátano verde? Para el majado, los bolones y los chifles. Para que llegue a las perchas se necesitaba un plátano “jecho”, que madure fuera de la mata y alcance el punto esponjoso perfecto para que sea más fácil preparar los platos favoritos de los consumidores. Así que experimentó con dejar la fruta en la mata dos semanas más antes de cortarla, y consiguió lo que se proponía.
“No he tomado a la política como algo importante, porque tenemos una mala democracia. La gente llega a la política a vivir de ella, no a servir”.

En estas cuatro décadas, la democracia pasó para Diego Molina como un tema extraño. En las noticias escuchaba los males de los políticos, las caídas de los presidentes, cuando era de votar votaba, pero siempre su prioridad fue “trabajar, trabajar y trabajar, sin esperar nada de gobierno alguno; no hay otra forma de salir adelante”. Esté quien esté en el gobierno, como agricultores solo podían adecuarse a las leyes de turno o los nuevos impuestos, mientras la ley de la naturaleza es la que manda. La tierra reseca, sin agua, es peor que el más grande impuesto; la plaga de Sigatoka peor aún, un mercado dominado por los intereses de los exportadores y no de los productores, más aún.
Como no hemos vivido la dictadura militar, vemos dictaduras disfrazadas de democracia. Por nada del mundo quisiera vivir eso en mi país, dice. Pero esta democracia en el Ecuador no ha sido relevante para su trabajo o su vida, “nunca lo he tomado como algo importante, porque tenemos una mala democracia, que la gente llega a la política a vivir de ella, no a servir. Algún rédito debe darles para que hagan de la política su modus vivendi”.
El plátano tiene cuatro filos, explica Diego Molina. Con solo una mirada él sabe cuándo es hora de bajar el racimo. Cuando estos cuatro filos desaparecen y el fruto verde se redondea, está en su punto para consumir. Sabe, por supuesto, de lo que habla. Lo aprendió desde pequeño. Sus padres, Vicente y Fanny Vivanco, trabajaron en El Oro, cuando empezaba el boom bananero. Luego se trasladaron a Manabí en 1975 y ahí Vicente sembró cien hectáreas de barraganete. Una apuesta impensable para la época. Le fue mal, la fruta se pudría en las matas porque no había demanda suficiente. Desesperado tomó un vuelo a Miami, consiguió un cliente y se convirtió en el primer productor que exportó desde Quito por vía aérea. Mientras inauguraba la exportación aérea, se inauguraba la democracia. Diego viajó a estudiar su último año a Miami, en 1980; se graduó y a los 19 años se quedó a cargo de la distribución de plátano en La Florida. A la par estudió electrónica industrial. Su padre falleció tempranamente y eso cambió sus planes. Volvió al país en 1987 a hacerse cargo de la finca que se había reducido notablemente para pagar la salud del padre y que era todo el patrimonio de su familia. Retomó las exportaciones a Estados Unidos, y fue creciendo con los años, mientras que también empezó en 1989 las relaciones con el grupo Supermaxi. Ser agricultor es el más grande orgullo que tiene. Su padre se hizo exportador porque las circunstancias lo obligaron, pero él recuerda que el eterno punto de conflicto entre exportadores y productores ha sido el precio de la caja de banano. Para Diego Molina es impensable bajarle el precio al productor, porque sabe lo que vale producir una caja. La agricultura es una vida muy dura, dice, pero es puro amor. Su hijo Diego, que es agrónomo del Zamorano, dice que la plata no está en la agricultura si no en el mercado. Así es, pero él no cambia ese amor, porque es su vida.
“Nuestro plátano da al consumidor alta calidad y el mayor rendimiento. Se logra madurándolo una o dos semanas más antes de cortarlo”

Si su padre exportaba cuatro o cinco contendores semanales de fruta, Diego Molina llegó a 15 contenedores por semana. Llegó a ser el segundo exportador del Ecuador, incluso a Colombia, un mercado muy duro. Crecieron y cambiaron el estilo de exportar a Colombia, porque a ese país se enviaba el plátano en racimos, lo cual maltrataba la fruta. Así que crearon la caja exclusiva para Colombia. Ese mercado se abrió para el sur de ese país. Un solo supermercado de Colombia consume el plátano que pueden llegar a vender todos los supermercados del Ecuador. El consumo de plátano en el país vecino es de 80 kilos per cápita por año, y en el Ecuador es de 30 kilos. Enviaban cinco trailers semanales hasta Bogotá. Pero todo esto se fue abajo tras un incidente en uno de sus contenedores, como ocurre con muchos exportadores del Ecuador. Fue un golpe devastador para los cientos de trabajadores, y ese engranaje montado con tanto cuidado y trabajo se cayó de un día para otro. Fue un año de lucha para demostrar que la empresa había sido objeto de un sabotaje, pero la decisión fue dejar las exportaciones, para no arriesgar nunca más un trance como ese. Desde entonces son los más grandes proveedores del mercado nacional, no solo de fruta, sino de hoja de plátano, que se usa para comida envuelta, como tamales colombianos y venezolanos, bollos, y otras especialidades culinarias.
“Nosotros hemos trabajado toda la vida en esto. Mi padre fue jornalero y luego productor. No hemos vivido a expensas de que alguien nos dé”.

Todo es producto de lo que Diego Molina es: un innovador de la agroproducción. Ante las dificultades no se arredra. El problema mayor que tienen ahora sus cultivos es la falta de agua. En el país llueve cada vez menos. Los inviernos son cada vez más secos, y ahora están haciendo cosechas programadas más seguidas. En el mercado agrícola hay ventanas para las ventas masivas. Por ejemplo, la Navidad es una ventana para vender pavos y lechones, explica; para el plátano, la ventana siempre ha sido en la época de verano, porque en esa estación no hay fruta y se vende al mejor precio. Así que programó la producción para sembrar 30 hectáreas anuales de plátano todos los años. Debo ser, dice, el productor que más ha sembrado en los últimos años.
Como las condiciones de producción habían cambiado, Diego Molina acudió a su estrategia más exitosa: reinventarse. Nunca nadie había sembrado en junio, en verano. El plátano se siembra en invierno, cuando hay agua, pero en la cosecha hay una sobre oferta y baja el valor de la caja. Él sembró también en verano para cosechar en verano. Con eso tuvo fruta todo el año. Ahora todos han empezado a hacer lo mismo. Para él, pensar en el consumidor es fundamental: trabajo, dice, para dar la mayor calidad y rendimiento. Esto es, para que al final, el cliente tenga más fruta y menos cáscara.
Diego Molina ha consolidado e innovado en el mercado bananero del Ecuador. Para él, ese ha sido su aporte vital a la sociedad ecuatoriana.