Democracia: una tarea inconclusa
Humberto Salazar
Director Ejecutivo Esquel
Alfredo Pareja Diezcanseco, notable historiador e intelectual ecuatoriano, quien honró a Esquel con su participación como primer presidente de nuestra Junta, al hablar sobre el país decía que: “en el Ecuador la democracia era una ficción”. Una valoración dura, y a la vez, altamente precisa. Una afirmación de este tipo conduce a evaluar la calidad de nuestra democracia con un dictamen contundente. Ha sido permanente en el actual período democrático que las aspiraciones de desarrollo de pueblos como el ecuatoriano tienden a ser postergadas. Los momentos buenos han sido escasos.
Hablar de democracia implica reconocer en ésta a un sistema complejo de organización social que incluye instituciones, procedimientos, principios y prácticas; pero además un escenario vivo de relaciones humanas que se entrecruzan poniendo en evidencia estructuras de dominación y de poder, así como esfuerzos puntuales o sostenidos de cambio de esas estructuras por parte de algunos actores y sectores. Hablar de democracia implica también reconocer la presencia viva de sujetos en diferentes niveles, con diferentes apuestas, con ideologías en unos casos definidas y en otros casos camufladas e incluso en estado salvaje. Y también hablar de democracia evidencia una pugna o conflicto de intereses concretos: personales, de grupo o también de aquellos que trabajan por el bien común.
De todas las formas de aproximación que podíamos escoger para tratar el tema de la democracia, apuntamos a recuperar y evaluar el período democrático de los últimos cuarenta años desde la experiencia personal y biográfica de personas con distintas miradas, experiencias, bagajes y sentires.
Queremos con esto enviar un mensaje: la democracia, sus preocupaciones y retos, sus luchas y fracasos no son elementos aislados irreconocibles en la propia vida. Todo lo contrario: una democracia de calidad donde los beneficios del desarrollo se distribuyen ampliamente tendrá consecuencias en la vida de las personas de una índole muy diferente a una democracia derrotada por la corrupción, la impunidad, la inequidad y la injusticia.
Queremos enviar un mensaje sobre que hablar de democracia no es hablar, únicamente, del ejercicio del voto. Es poner énfasis en los retos colectivos y las formas a través de las cuales los enfrentan los gobiernos y cuyos resultados pueden abrir caminos muy opuestos, unos donde impera un marco de dolor y sufrimiento para amplios grupos poblacionales; otros, donde la paz y el bienestar recala en la vida de las personas, comunidades y familias.
Queremos evaluar la democracia desde una voz polifónica que se construye, a partir de sensaciones y recuerdos, de experiencias relevantes que han marcado huella en los protagonistas de historias diversas. Se trata de personas diferentes en múltiples sentidos, pero también similares en su condición de gestores de cambio. Son ellas, las que con su voz interpelan el período democrático, dejándonos importantes lecciones y aprendizajes para el futuro.
Fieles a nuestros principios, creemos firmemente en que los actores deben hablar con voz propia. Aunque, lo anterior no significa eludir una reflexión sobre la democracia que la presentamos a continuación.
La vida nos ha puesto a prueba, y en medio de la incertidumbre, asistimos a una oportunidad histórica para promover desde diferentes áreas del quehacer humano el encuentro de gente valiosa.
Hace treinta años nació Esquel como una apuesta por un nuevo país. Un camino hacia lo alternativo que se sostenía en la premisa de que no hay desarrollo sin democracia ni democracia sin desarrollo. Se trataba de una apuesta por un cambio de abajo hacia arriba.
Mientras el mundo atestiguaba la caída del Muro de Berlín (1989), Esquel reivindicaba un modelo de transformación social desde la gente y para la gente, abandonando la idea de un cambio externo, ajeno a la realidad de las poblaciones.
Las preocupaciones de Esquel, propias a su nacimiento, siguen latentes. La situación actual es una clara muestra de que hemos avanzado en muchos campos, pero que nuestra democracia requiere trabajar mucho para no convertirse en un proyecto fallido.
La pandemia que nos azota no es una crisis sanitaria, es una crisis humana y social que pone en evidencia que el sistema global en diferentes dimensiones, incluyendo los sistemas democráticos actuales, no están diseñados para permitir que la mayoría de la población alcance una vida digna y acorde con las aspiraciones de bienestar y desarrollo que los pueblos demandan.
Las brechas entre los seres humanos se abren así, entre quienes cumplen los requerimientos de inclusión y aquellos que se quedan fuera de los patrones que el sistema condiciona. Grietas profundas entre seres humanos decantan de esta situación y la discriminación de unos seres humanos a otros se instala.
Este escenario de contradicciones innegables no lo ha desatado la pandemia. El virus impide que se pueda seguir colocando la basura debajo de la alfombra. La vida nos ha puesto a prueba y, en medio de la incertidumbre, asistimos a una oportunidad histórica para promover desde diferentes áreas del quehacer humano el encuentro de gente valiosa que, de forma sincera y transparente, busca trabajar por el bien común global y local, y así, sentar las bases para el nacimiento de una Nación Humana Universal, y esto, en definitiva, es el gran reto de nuestra democracia hoy. Es decir, pensar no solo en la trasformación casa adentro, sino trabajar por una transformación que partiendo de lo local asuma causas globales.
Queremos que este libro evalúe la democracia desde una voz polifónica que se construye, a partir de sensaciones y recuerdos, de experiencias relevantes que han marcado huella en los protagonistas de historias diversas.
Para aquellos acostumbrados a degradar a la gente buena que propone la idea de una democracia sustentada en el encuentro de posiciones, en el diálogo activo para encontrar sinergias, en la integridad como base de una cultura de servicio público altamente instalada y diseminada en una sociedad, es un sueño propio de grupos de idealistas e ingenuos.
Contrariamente a estas críticas hay la aspiración de quienes luchan por la causa del bien común y por la transformación de un modelo de gobernanza democrática centrada en el capital para convertirlo en un modelo centrado en la vida. Esto es fundamental, porque resquebraja la aparente solidez de un status quo que refuerza la idea que los seres humanos somos violentos por naturaleza, que el capital está primero que las personas, que la diversidad es un problema, asimismo que los derechos humanos son un fastidio, que la injusta relación entre hombres y mujeres es lo que debe seguir porque alguna fuerza sobrehumana así lo decidió. También afirman que existe un único Dios verdadero que niega al ateo tener la posibilidad de ejercer su espiritualidad, que no entiende que la diversidad sexo genérica llegó para quedarse, porque siempre estuvo ahí, cuestionando una supuesta naturaleza humana binaria que no ve más que lo biológico; un status quo que solo reconoce la libertad del otro en la medida que sus intereses no sean afectados.
El hoy, indiscutiblemente, nos pone contra la espada y la pared. El cambio y la trasformación de nuestro sistema democrático deja de ser una opción para convertirse en una condición de sostenibilidad del proyecto país. Y para lograr que esto rinda frutos en términos del bienestar del conjunto de ecuatorianos requerimos: transformar el papel que tiene el Estado en la provisión de servicios de salud, educación, vivienda; someter a interpelación los acuerdos vinculantes sobre como nuestro país genera y redistribuye su riqueza; impulsar cambios para garantizar un sistema de representación político democrático que impulse de forma sostenida políticas públicas centradas en la vida.
En el presente, experimentamos una cotidianidad donde la incertidumbre se toma la época. En este presente que instala una normalidad extraña a lo que conocemos, sin definiciones claras, somos como un navío en medio de un mar embravecido. En un presente como el actual, necesitamos aferrarnos al futuro, proyectarnos por encima de las ataduras de lo que conocemos.
Estamos ante la necesidad de hacer que nuestro sistema democrático adquiera como preocupación fundamental el derecho a construir una realidad para que nuestra gente pueda amar. Son retos enormes para un pueblo de corazón enorme.
Para finalizar quiero decirles que nos gustaría mucho que disfruten tanto este proyecto como nosotros lo hicimos en el proceso de darle vida.
DESCARGUE AQUÍ la versión en PDF del libro 40 años de democracia: una tarea inconclusa