Daniel Orellana: “La formación de una masa crítica es importante“
Daniel Orellana
Cuenca, 1977
Aunque por sus estudios se ha ausentado del Ecuador a países como Colombia y España y vivió por algún tiempo en Galápagos, el profesor de la Universidad de Cuenca ha seguido de cerca los procesos políticos y sociales que han tenido lugar sobre todo, desde el año 2000. Estudió en Colombia a principios del siglo y luego realizó su maestría en Barcelona y un doctorado en Madrid y en los Países Bajos. Al volver al Ecuador vivió en Puerto Ayora,en donde dirigió un programa en la Fundación Charles Darwin, antes de volver a Cuenca para instalarse en la cátedra universitaria en la Universidad de Cuenca, en donde trabaja hasta la fecha.
En el parque de La Madre, en Cuenca, un grupo de jóvenes protestaba con música contra el gobierno de Abdalá Bucaram en 1997. Al igual que en el resto del Ecuador, miles de personas se volcaron a las calles a pedir la salida del ex presidente. Varios jóvenes de la ciudad salieron a las calles de la capital de Azuay, totalmente bloqueada. Estos jóvenes iniciaron una propuesta lúdica, centrada en la música y el teatro callejero, que luego se extendería por varios años.
La consigna era “que se vayan todos”, que fue el lema que aglutinó a muchos inconformes. Con coplas, música y teatro, “La bandada de la madre” buscaba transformar la ira y el miedo de las protestas sociales en algo más positivo como alegría y esperanza. En esas acciones estuvo Daniel Orellana, quien recuerda que su grupo juvenil provocó un impacto no solo político sino musical entre los estudiantes cuencanos de la época.
Biologo ambiental, con un doctorado en información geográfica, Daniel Orellana es actualmente profesor de la Universidad de Cuenca. En su casa es posible observar dos guitarras y también un órgano, pues la música es parte de sus aficiones. A sus 43 años está tomando clases de piano, luego de haber tocado guitarra y haberse dedicado a la percusión. Actualmente es profesor principal en la Universidad de Cuenca, en donde se dedica a investigación sobre ciudades sustentables y dicta cátedra sobre teledetección, en donde se analizan imágenes de satélite. Estudió en Colombia y luego realizó su maestría en Barcelona y un doctorado en Madrid y en los Países Bajos. Al volver al Ecuador vivió en Puerto Ayora, Galápagos, en donde dirigió un programa en la Fundación Charles Darwin, antes de volver a Cuenca para instalarse en la cátedra universitaria.
“El cierre del proceso del Yasuní fue como si me hubieran dado un puñetazo en la cara”

El académico cuencano ha salido del país para especializarse. En un primer momento se instaló en Bogotá, en el marco de un programa universitario del país vecino. Vivía en una localidad de la Sabana de Bogotá cuando una noticia apareció en televisión: la firma de la paz entre Ecuador y Perú, en 1998. Las personas junto a él se acercaron a felicitarlo. En Cuenca, Orellana creció con la sombra de que el diferendo con el país vecino podría convertirse en un bombardeo contra su ciudad. Recuerda de su adolescencia cómo los militares iban a su colegio a dictar charlas patrióticas, con el lema de “El Ecuador es, ha sido y será país amazónico”. Cuando ocurrió el conflicto de 1995, junto con otros jóvenes de su generación, se alineó más bien con una postura pacifista que reclamaba el cese de las hostilidades entre ambos países. De ahí que cuando la paz se firmó, “me pareció lo más sensato que podía hacer el Ecuador. No debíamos entrar al siglo XXI con un conflicto fronterizo”.
Pero de las imágenes que más recuerda de su niñez, tiene el vivo recuerdo sobre todo el impacto colectivo que provocó la muerte del presidente Jaime Roldós, en 1981. “Me impresionó mucho esa imagen, y además veía que todo el mundo estaba muy preocupado”, recuerda, así como aún puede evocar el miedo que despertaban las operaciones represivas en el tiempo de León Febres Cordero. Su madre, quien era profesora universitaria y militante de la izquierda, llegó un día a la casa muy asustada: al parecer, agentes del régimen la seguían.
Aunque proviene de una familia de clase media, sostiene que su entorno no fue tan afectado por la crisis bancaria, pero tras conocerse las causas como corrupción y complicidad de ciertas élites, eso desarrolló en él rechazo y desconfianza frente a los grupos de poder, característica que aún mantiene.
Otro rasgo que, estima Orellana, lo define, es una cierta aversión hacia las estructuras partidistas. Simpatizó con algunos movimientos políticos nacionales y locales de Cuenca, y también sintió el desencanto frente a la clase política que empezó a popularizarse en la época previa al correato.
El académico dejó el Ecuador en 2006, con la intención clara de alejarse del país y buscar nuevas perspectivas en Europa. Estuvo, admite, “bastante desconectado” de lo que ocurría en el Ecuador pero hasta Europa llegaron las operaciones de relaciones públicas del correato. “Manejaban de manera impecable la imagen en el exterior y las pocas noticias que salían de nuestro país eran positivas. Muchas personas que no habían oído hablar del Ecuador se enteraban de las cosas que hacía Correa”.
La figura de Correa tenía, recuerda el académico, algunas “propuestas interesantes” como la revalorización de lo público que el correato promovía. Pero al mismo tiempo, la burla, la prepotencia, la superioridad moral que pretendía exhibir el ex presidente, y las contradicciones ideológicas que empezaron a notarse en la práctica del poder, cambiaron su impresión sobre el correato.
“Me pareció lo más sensato que podía hacer el Ecuador. No debíamos entrar al siglo XXI con un conflicto fronterizo”

En 2011 volvió al Ecuador, y, como muchos, también le llegó el desencanto sobre el correísmo. En especial, luego del fracaso de la iniciativa Yasuní. “Recuerdo que modificaron un mapa del Yasuní alterando la ubicación de las poblaciones aisladas para justificar la explotación de petróleo”. La falsificación del mapa que realizó el Gobierno fue la gota que derramó el vaso, y el académico, que entonces vivía en Galápagos, le dio la espalda a la autoproclamada Revolución de Correa. “El cierre del proceso del Yasuní fue como si me hubieran dado un puñetazo en la cara”, dice, recordando los motivos que le hicieron cambiar su valoración sobre la Revolución Ciudadana.
Pero si Correa lo decepcionó, el régimen de Moreno terminó por hacerle perder toda confianza en el poder. Asegura que nunca votó ni por Correa ni por Moreno, pues desde el principio “supe que iba a hacer un gobierno incapaz, pero ha resultado mucho peor de lo que había esperado. Ni siquiera la gente valiosa que pueden tener ha podido suplir la incapacidad de Moreno”, asegura.
“Moreno le ha apuntado a desmantelar nuevamente lo público”, lamenta el académico, quien tras volver de Europa se mostraba satisfecho con que en Ecuador, por lo menos, se hubieran arreglado las instalaciones del Registro Civil. La valoración de la educación pública le parece también un hecho importante del periodo anterior, pero estima que Moreno lo único que ha hecho es “desmantelar todo” con las mismas prácticas autoritarias de Correa. Muchas de estas prácticas del actual régimen se evidenciaron en el manejo de la pandemia por coronavirus.
Daniel Orellana emite su dictamen sobre estos años de democracia: lo mejor ha sido lo que estima un “resurgimiento” de la investigación y la ciencia y la creación de una “masa crítica” que puede promover transformaciones profundas. La formación de talento humano en la última década ha producido un gran impacto, que asegurará la movilidad social, afirma.
Pero lo peor ha sido, sin duda, la imposibilidad de mantener una tendencia de transformación social, que se evidenció en la última etapa del correísmo y el gobierno de Lenin Moreno. “La gente se ha comido el cuento de la desvalorización del bien público y esa sin duda es de las peores cosas que nos ha pasado en la última década”, finaliza.